El sol se pone, el aire del invierno golpea mi cara, los árboles rompen el cielo amarillento de esta fría tarde de invierno, mi cuerpo se encoge, como motas de un cuadro impresionista un montón de estorninos se levantan de las hayas y todos al unísono cogen vuelo conformando figuras geométricas dando bandazos, ahora a la izquierda ahora a la derecha ... no sé si es un sueño, quizás Cezanne, quizás Gauguin probablemente más Van Gogh, mi oreja no cuelga, no supura, lo hace el cielo que ahora rojizo se torna Burdeos. Las motas se diluyen y los estorninos desaparecen ... la oscuridad se hace y el frío se intensifica, la humedad me invade y de nuevo abro los ojos, rodeado de aguas turquesas y corales de vivos colores mi cuerpo flota y se desliza al borde del arrecife, de pronto ante mí un montón de peces color plata surgen y como estorninos se mueven velozmente como un todo, una especie de Dori gigante se cruza ante mí, refleja en su superficie ahora plata ahora mate una faz distorsionada, como un alma blanca que deambula desamparada, enfermiza, decadente, espectral, Dori se para ante mí, por un momento se congela y parece que el todo es poseído y como un ente único se comporta, de repente soy consciente que bajo el agua no respiro, me falta el aire, la angustia se adueña de mí y dos tiburones asaltan la escena con sus blancas fauces desgarrando a Dori en pedazos que estalla en sangre y de nuevo nubla el fondo ahora oscuro y lúgubre ... levanto la cabeza y abro tenuemente mis ojos, un murmullo ensordecedor invade todo, un montón de ojos me rodean, no son estorninos, no sardinas, muy lejos de la afable cara de Dori, más bien reflejan tensión, no es miedo, es el mismo estado de alerta que uno tendría en frente de un chimpancé armado con una metralleta, entre mi peludo cuerpo y la todavía humeante boquilla de mi fusil de asalto observo un radio, un perímetro de seguridad, a todas luces insuficiente, giro mi cabeza a la derecha, de nuevo me falta el aire, los estorninos viran a la izquierda, pierdo el equilibrio, he perdido la cuenta ya y mi cuerpo vence a la derecha y las sardinas, ahora más que nunca en lata, giran con premura a la izquierda, ahogado en mi arrecife, la sangre que inunda mis pulmones pide a gritos ser expulsada, me siento Regan, mi cuello no gira hacia el padre Karras, son las putas sardinas que no dejan de moverse al mi alrededor, cabronas, me sumen en este continuo mareo ... en todo este trance un alma caritativa, una especie de exorcista no me impone crucifijo ni agua bendita, más se parece a un trozo de plástico del arrecife, una mezcla entre la aureola de una medusa y una bolsa de a céntimo mecida por las hoy turbias aguas donde a duras penas exhalo, no al diablo, no, tampoco es Burdeos, no, estoy en un metro petado de peña acojonada con mis bandazos, vuelta de Santo Tomás.
Pero no poto.