Nadie se pregunta, qué esconde Cabo Billano, el porqué de tamaña protección, culminado en su punto más alto por el monte Ermua y jalonado por los puertos de Plentzia y Armintza desde al menos el siglo XII.
Su agreste costa, sus vertiginosos acantilados, sus impracticables calas de roca, protegido por castilletes, búnkers y cañones, su marmóreo faro de ensueño, inalcanzable por barco ni barca, sus afilados bajíos hacen rehuir a los marinos más avezados, al indómito doman y al loco vuelven cuerdo, su inaccesible isla de piratas y cormoranes que rasga las gigantes olas del Cantábrico y las parte en dos, —que nadie ose agredir mi cabo sin secuela ni daño—.
Pocos somos los que sabemos esconde un tesoro, no es un tesoro cualquiera, a los elegidos que se nos ha permitido recorrer el pie de este coloso y conocemos sus altares y cuevas, sabemos que ya vikingos y griegos lo buscaron, que dejaron su huella, que no hablamos de siglos conocidos sino inmemoriales, que la naturaleza y sus habitantes lo han protegido consciente e inconscientemente, que nadie se pregunta qué oculta el pie de sus precipicios, el porqué del alineamiento de naturaleza, Dioses y generaciones.
Es un lugar mágico donde la energía se palpa en cada pliegue de roca, en la dispar erosión, donde moles inmensas se desmoronan e incólumes estratos se retuercen y resisten el embate de olas y tormentas, quienes afortunados surcamos entre sus rocas sabemos que no hay mareas, sólo la continua vigía es garantía, que el mar y la roca desafían las leyes de la naturaleza y sus lindes están en continua pugna.
Pocos conocemos, en efecto, esto se remonta a mucho antes, que el tesoro lo protege una esfinge, esa criatura que Hades, Hera o Ares, qué más da, enviaron para asolar a los Tebanos. Es una criatura, alada, despiadada, con rostro de mujer, cuerpo de león y destinada a proteger de indignos el tesoro que esconde el Cabo Billano, sólo quien responda a la pregunta de la esfinge tendrá acceso al mismo, sólo quien conteste adecuadamente conservará la vida sin ser desmembrado, sólo los designados se convertirán en Edipo y abrazarán a su reina madre, la Diosa Tierra.
Hoy me he armado de valor, realmente la muerte es cuestión de tiempo y hace tiempo que le perdí el respeto.
He pasado a su pie.
Y la desfigurada esfinge me ha preguntado:
—¿Cuál es el secreto de la felicidad?
Me he sentado al pie de sus fauces entregado y presto al sacrificio. No soy feliz. No tengo la respuesta.
He recordado a Poe, he recordado sus citas, he recordado a Glanvill, «El hombre no se rinde a los ángeles ni a la muerte del todo, sino sólamente por la flaqueza de su débil voluntad»
Me he levantado, he sentido su aliento, he mirado a sus ojos y erguido frente a sus abiertas mandíbulas.
Y he contestado:
—Quiero volver a enamorarme, quiero volver a sentir, necesito que el deseo y la pasión corran de nuevo por mis venas, quiero volver a enamorar, quiero hacer sonreír, pero no lo quiero efímero, lo quiero puro, sin contaminación, lo quiero honesto y eterno. No quiero opacidades, quiero mirar a los ojos de una mujer y ver directamente su corazón y que a través de los míos el mío vea. Quiero despertar, mirarnos en el espejo y ver nuestras arrugas florecer. Que sus manos recorran mi cuerpo por la mañana y mis labios el suyo. Quiero admirar, que siempre quede un lugar recóndito por explorar, que ese sea el fuego que lo haga perdurar. Quiero sorprender, que no haya dos días iguales, que el día no termine, que cada vez que te toque saltes y tu piel pixele sus poros...
... y quiero ver a los peques crecer y asimismo encuentren su felicidad.
—Este es el secreto de mi felicidad. Porque no hay un único secreto para la felicidad, cada uno tiene que buscar el suyo.
Y la esfinge se ha retirado:
—Ya has encontrado el tesoro, sabes cuál es el secreto de la felicidad y tienes la voluntad: en algún lugar te espera.
Y he continuado mi camino, no sin mirar hacia atrás he llegado al Cabo, hoy el mar está encolerizado, no voy a bañarme, sabe que salgo de aquí indemne con mi parte del botín de este tesoro de Cabo Billano que es la vida, la búsqueda de la felicidad.