No controlo mucho de barcos, lo poco que sé es por literatura, relatos históricos y anecdotario popular. Bueno, no es del todo cierto, mi abuelo tenía un atunero y mi padre perdió el conocimiento porque un marino "confundió" su cabeza con la de un atún en su tránsito de la red a la bodega; o igual fue una precursora forma de reivindicación sindical. Nunca lo sabremos. Realmente, en mi familia, si que hay contacto con el mar. Vivíamos en Algorta en una calle llamada Itxasondo. Vale no cuenta. Pero mi tío tiene un velero, si, de acuerdo, no es el mar, pero navegar Uribarri-Gamboa en Vitoria es como para uno de Bilbao doblar el Cabo de Hornos. No te ponen pendiente, pero te caen unas trufas de Goya. Quizás la mayor hipocresía poética en la familia es la de mi padrino Eduardo: capitán de la marina mercante que nunca pisó un barco. Y que nunca ejerció de padrino —cabrón— salvo que, me hizo heredar su nombre: de mayordomo. Por eso odio me llamen Eduardo, nadie me llama Eduardo, bueno, mi madre. Cuando me echaba la bronca.
Me gusta Edu. Corto, sencillo, sin pretensiones, cariñoso, ayurvédico, visa, apartahotel, happiending, despedidas...
Bueno, que me disperso, claro, yo veo tu foto y mis neuronas comienzan a elaborar. Lo primero que me asalta a la cabeza. Me preocupa eso de conducir de lado. A ver, es como ir de copiloto y coger el volante mientras el conductor, canuto en mano, departe amablemente —pies al viento— fumigando la autopista de María. Tienes un gesto distendido, con clase, un punto amazona, elegante, así, de frente pero a la vez de soslayo, mirada al infinito, al cielo, satisfecha, estás disfrutando, yo diría estás visualizando, estás imaginando, estás conduciendo, pero a la vez en otro universo, mirada evocadora, te estás retrotrayendo a alguna experiencia pasada, presente o futura, pero que genera agrado, o igual es la vela, o igual es el sol, o igual es una nube o igual vas ciega a María, como el conductor.
El volante, por el tamaño, no parece muy deportivo, quizás para un mercancías, no para un coche. Así que imagino un suave cabeceo de la proa que corta las olas y como un cachorro que juega, hunde su hocico en el agua para saltar al aire y despojarse de gotas, momento mindfulness, comunión con la naturaleza, gotas que salpican y expanden por la cubierta. Y te apagan el canuto. Y vaya putada. Y vuelve a encender. Y suelto el timón. Y el barco zozobra. Y me pitan. Y les saco el dedo. Y recojo el timón. Y se me cae la colilla. Y me prende el gore tex. Y hago el Superman. Ahora Kent: Clark-Kent. Y me quedo a pecho descubierto. Pero sin capa. Y qué frío hace. Y por qué compré descapotable...
Eso del barco es chulo, recuerdo una vez cruzar el Mediterráneo en lancha de narco destino Cabrera. No sé a cuántos nudos iba el barco pero como si fuera una cometa en la copa de un árbol. De hecho yo no la denominaría embarcación porque pasábamos más tiempo en el aire que en contacto con el agua. Recuerdo la vuelta y cruzarnos con un banco de delfines, decelerar y dejar de sentirme azafata de Iberia por un momento, la ilusión de los peques, el puto día perfecto.
Bueno, está claro delante tienes un hombre de mar, un marino avezado, si fuera tía, una bella sirena, pero como soy tío, Poseidón, así mazado, con tatuajes maoríes, ojos galácticos y barba con algún percebe despistado. El tridente no ha pasado el detector de metales. La verdad. Mi nexo con el mar es débil. Sólo siento un pálpito, una especie de conexión sideral cuando surge el nombre de Nemo, o era Patricio, algo de esponja, no sé joder, siempre igual, mañana firmo un proyecto, o era la hipoteca, será el testamento seguro, bueno, mi vida es simple por lo menos, cabe en 5 segundos, siempre en bucle, lo que no entre en 5 segundos queda fuera, ¿de qué hablábamos?
Ah! el mar, agua salada, guapo el puto salitre, te deja la jeta como al hombre Marlboro, es de puta madre, las vacas luego salen corriendo, en serio, mis casas de la infancia, va a sonar pretencioso, eran siempre primera línea de mar, cuándo has vivido esa experiencia, eres capaz de robar y secuestrar por volver a sentir la rasqueta en el cristal, barnizar las barandillas de madera al año, el sonido de las olas de fondo también, 2 de cada 7 veces que te has dejado la ventana abierta ver cómo la puta galerna ha decidido hacer huevos rotos en tu cocina, del salón un campo batalla y sin embargo el marco de la suegra ahí enhiesto, incólume, impertérrito, The fuckin' Iron Maiden, con esa sonrisahijaputa, de aquí no me mueven ni los COEs, con cara de Scarlet O'hara en "Lo que el viento no se llevó".
El mar, la mar, la arena. Si. La arena. Llega el verano y uno luce pies descalzos y va por casa levitando para no tocar baldosa. Fresquita si. Hasta el primer día de playa. En que uno busca la alfombra, la moqueta, el felpudo, el restriegue de pies, uno llega a entrar en modo Cirque du Soleil, haciendo el pino, la oruga y el pingüino con tal de evitar la arena. El Roomba no puede con ella, tanto Kartofenland, tanta tecnología, tanto orgullo ario y no esnifa la arena. Luego el hijoputa siempre se para en el puto centro geométrico —el de la cama de 2x2—. Y llega el invierno, y ya no hay arena, ahora son virutas de caucho, podíamos haber apuntado a criatura a pala corta, chingas o incluso bobsleigh en goitibera. Pero no. A fútbol. El puto fútbol. Joder. Y encima del Madrid.
Y sigo con el canuto. Y no lo enciende ni Dios. Y dónde dejó Ugarte el whisky. Y el cabeceo marea. Y me viene un viaje. Y todo da vueltas. O es mi cabeza. Y yo sin crucifijo. Y las putas gotas ya no hacen gracia...